miércoles, 8 de junio de 2011

Naciones y organizaciones: analogías en la construcción y estandarización de pertenencias

Ensayo presentado en noviembre de 2008 para la materia 'Fundamentos Sociológicos del Pensamiento Antropológico', impartida por el doctor Alejandro Agudo Sanchíz en el posgrado de Antropología Social de la Universidad Iberoamericana, Santa Fe, Ciudad de México.  

Autor: Homero Arriaga Barrera.

La inquietud por revisar las analogías entre la manera en que se construyeron los conceptos de ‘nación’ y de ‘organización’ (como grupo), así como las formas en las que se crearon sus significados de pertenencia, nace de los calurosos debates que se han generado en el seminario de Antropología de las Organizaciones, impartido en la Universidad Iberoamericana por la doctora Marisol Pérez Lizaur, durante el periodo Otoño de 2008. En estas discusiones se ha caracterizado a las organizaciones como sistemas sociales ‘artificiales’, a los que se pertenece de manera voluntaria bajo la aceptación de reglas estrictamente definidas y formalizadas, pero se ha negado la posibilidad de que ciertos elementos de su cultura puedan ser utilizados con finalidades específicas.

En contra parte, se les suele signar a la las naciones un significado de sistema ‘natural’ del que las personas forman parte sin que haya de por medio una voluntad de pertenencia, ni una serie de reglas y construcciones artificiales de significados e identidades. Se ha negado también la posibilidad de que ciertos elementos culturales pueda tener un uso con finalidades específicas en el terreno de la sociedad en general.

Aunque la antropología participó de manera decisiva en la conformación moderna del concepto de ‘cultura’ (Stocking 1966), su aplicación en el estudio de las organizaciones fue construido fundamentalmente desde la Administración o el Management (Hamada 1994) transformándolo en una herramienta organizacional que proporciona ventajas competitivas y busca asegurar lealtades (Kunda 1991), para controlar el elemento organizacional menos controlable: el factor humano (Perin 2005).

Sin embargo, esto suena muy similar a la manera en la que el nacionalismo ha distinguido y particularizado identidades nacionales hacia afuera de las fronteras, pero las generaliza y estandariza hacia adentro (Hobsbawm 1992 y 1993; Cannadine 1993; Trevo-Roper 1993; Morgan, 1993).

Las discusiones del seminario no son diferentes a las que tienen lugar entre la antropología y otras disciplinas económico administrativas cuando se estudia a las organizaciones, sobre todo porque los antropólogos se apresuran a negar que la cultura pueda ser utilizada por la administración organizacional (Hamada 1994), sin reconocer que en la sociedad más amplia, la historia, las tradiciones, costumbres, identidades, símbolos, etc, han servido para construir naciones – estado y legitimar el poder (Wolf 2001, 63).

Uno de los propósitos del presente ensayo es revisar si las naciones, como las organizaciones, pueden ser tomadas como construcciones sociales ‘artificiales’ en el sentido de que sus miembros no pertenecen a ellas de manera ‘natural’, por ejemplo mediante el nacimiento como en el caso de los sistemas familiares.

El otro es demostrar que, tanto en la organización como en la sociedad en general, ciertos elementos culturales han sido utilizados con propósitos específicos.
Como veremos a continuación, la burocracia moderna, origen de las organizaciones como las conocemos, nace al mismo tiempo que los estados-nación.

La Burocracia

En su estudio sobre la Burocracia, Max Weber enumera seis ejemplos históricos de burocracias ‘cualitativamente importantes y netamente desarrolladas’: Egipto durante el periodo del nuevo imperio, el gobierno bizantino, la Iglesia Católica romana desde finales del siglo XIII, China desde la época Shi Huangti, los Estados europeos modernos y la gran empresa capitalista moderna (Weber 2005, 35-36).

Sin embargo, hace notar que la dispersa administración feudal de la edad media fue reemplazada por una administración burocrática centralizada que le dio a los estados nación la legitimidad en el suso monopólico de la fuerza, y conforme la administración de estos estados se hizo más compleja, el principio de racionalidad exigió una maquinaria operada por profesionales para incrementar la eficiencia y evitar el desperdicio. (Gerth y Mils 1958, 48-49).

Adicionalmente, Weber expresa que es necesaria la existencia de una economía monetaria, para “lograr y conservar una rigurosa mecanización del aparato burocrático” (Weber 2005, 41). En los ejemplos que da, esto solamente ocurre en las burocracias de los Estados europeos modernos y en las empresas capitalistas modernas.

Sin el pago recurrente de un salario, el servicio burocrático depende de las prebendas, los servicios personales, los pagos en especie, el dominio feudal, la esclavitud y el vasallaje (Weber 2005, 36-41). Este tipo de economía también facilita una recaudación constante de impuestos, que a su vez, permite mantener el cuerpo burocrático (Weber 2005, 42).

El estudio sociológico de las organizaciones modernas tiene como punto de partida la caracterización que hizo Weber de la burocracia porque en él se describen por primera vez prácticamente todas las características de lo que hoy se entiende por organización, por ejemplo, su funcionamiento con base en leyes y ordenamientos administrativos, el reparto estricto de actividades especializadas que requieren una cierta calificación, una autoridad rigurosamente delimitada y referida a medios coactivos, una estructura jerárquica, el uso de documentos escritos, el ejercicio de actividades independientes al ámbito privado y el cumplimiento de una jornada obligatoria estrictamente fijada. (Weber 2005, 21-25).

De acuerdo con Hans Gerth y Charles Mils, lo que Weber está describiendo son los aparatos estatales de la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, así como los sistemas administrativos públicos y privados del capitalismo norteamericano de principios del siglo XX (Gerth y Mils 1958, 15-19).

En otras palabras: la burocracia de Weber es en gran medida el aparato administrativo de los modernos, y recién creados, Estados-Nación.

Los Estados-Nación

Eric Hobsbawm estudia el origen de las naciones partiendo de la idea de que no son entidades sociales primarias o inalterables, sino entidades que existen en la medida en que se relacionan con un estado territorial moderno. “Las naciones, como naturales, como sistemas divinos de clasificar al hombre, como un destino político inherente, son un mito”, indica (Hobsbawm 1992, 9 y 10).

Pero también afirma que la formación de estos estados-nación es un fenómeno dual, que si bien surgen en gran medida ‘desde arriba’ como un imaginario de las élites políticas y sociales, también depende de lo que ocurre ‘abajo’, es decir, “lo que la gente común da por hecho, espera, necesita y le interesa, que no necesariamente es nacional y menos aún nacionalista” (Hobsbawm 1992, 10).

Durante la Era de la Revolución, entre 1830 y 1880, el estado moderno comenzó a tomar forma, como un territorio definido y continuo en donde vivían las personas a las que regía, lo que cambió el mapa político de Europa de forma dramática. Las nuevas fronteras también limitaron a las economías, que empezaron a ser administrada por cada estado y emergió la preocupación por la viabilidad de las naciones, tanto en términos materiales como culturales, pues el progreso requería un territorio grande y la unidad de su gente (Hobsbawm 1992, 19 – 34 y 80).

Hobsbawm indica que el nacionalismo y el liberalismo coincidían en su búsqueda del progreso (evolución de grupos humanos pequeños a otros más grandes) y en su oposición contra las instituciones tradicionales (1992, 37-40).

Sin embargo, la nación moderna difería en tamaño, escala y naturaleza de las comunidades con las que los seres humanos se habían identificado la mayor parte de la historia, por lo que fue necesario imaginar una manera diferente de crear un sentido de pertenencia y lealtad (Hobsbawm 1992, 46-73).

Los intereses del Estado ahora dependían de la participación del ciudadano ordinario y de su voluntad de hacerlo, por lo que se vio la necesidad de crear una especie de ‘religión civil’: el ‘patriotismo’, que se convirtió en uno de los elementos emocionales más importantes de la fuerza política (Hobsbawm 1992, 83-90).

Al convertirse en parte de esta ‘comunidad imaginaria’ nacional, los ciudadanos buscaron cosas en común, como lugares, prácticas, personajes, tradiciones, memorias, signos, símbolos, herencias o enemigos (Hobsbawm 1992, 90).

Pero esta unidad también trajo consigo el problema de la administración centralizada y su relación con los ciudadanos, fue necesario organizar los nuevos gobierno, los cuerpos de agentes que los operarían, unificar el idioma de la administración, llevar a cabo los registros civiles (nacimientos, matrimonios, muertes, censos), impartir educación, etc. (Hobsbawm 1992, 81-84). Esto nos lleva nuevamente al tema de la burocracia y las organizaciones.

Las organizaciones

Una de las características más importantes de las burocracias y del espíritu capitalista descrito por Weber es la racionalidad. “Dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo esfuerzo individual no enderezado a la probabilidad de conseguir una rentabilidad está condenado al fracaso” (Weber 2003, 57).

La conducción racional de la burocracia se refleja en su superioridad técnica: “precisión, velocidad, certidumbre, conocimiento de los archivos, continuidad, discreción, subordinación estricta, reducción de desacuerdos y de costos materiales y personales son cualidades que, en la administración burocrática pura, y fundamentalmente en su forma monocrática, alcanzan su nivel óptimo” (Weber 2005, 55). Estas mismas características están presentes en las formas más avanzadas en la ‘gran empresa capitalista moderna’ que vio Weber.

Aunque este es un modelo ideal de organización burocrática, Eric Wolf nos recuerda que “Weber siempre prefirió estudiar casos particulares. La sociología reconocería los patrones repetitivos o las variaciones en los temas comunes y propondría ‘modelos de formación de hipótesis’… que debían usarse para examinar los casos particulares, no para esbozar un proceso unilateral” (Wolf 2001, 63).

“Si bien Weber consideraba la racionalización (la imposición de un cálculo de medios-fines sobre las relaciones) como una tendencia recurrente en el mundo y temía que la racionalización burocrática encerrara al espíritu humano en un ‘estuche de hierro’” (Wolf 2001, 63).

Como efectos secundarios, Weber observó que la burocracia y sus procesos provocan la pérdida de la libertad personal y la entrada en rutinas opresivas que terminaban con el heroísmo, la espontaneidad y la creatividad (Gerth y Mils, 1958: 57).

Weber separó a la burocracia del resto de la sociedad por las áreas jurisdiccionales que administra (de carácter oficial), sus reglas y regulaciones específicas, su estructura cerrada, por el resguardo de su información (documentos) y la calificación técnica de sus integrantes (Weber 2005, 21-25).

Talcott Parsons, por su parte, distingue dos aspectos de las organizaciones, por un lado está la parte formal, más al estilo de la descripción de Weber, y por el toro la informal, en donde las estructuras y relaciones de poder tienen rompimientos (Parsons, 1964, 3).

Parsons observa a la sociedad occidental moderna, sobre todo Estados Unidos, caracterizada por la existencia de organizaciones relativamente grandes con funciones especializadas, y separadas de las cuestiones privadas, como las relaciones de parentesco, la propiedad o el gusto (Parsons, 1964, 2).

La organización parsoniana está definida por su orientación a un objetivo específico, que al mismo tiempo es una maximización de resultados y una relación con otros sistemas. Este objetivo o finalidad le da sentido a la existencia y funcionamiento de la organización, pero también le da sentido a su existencia dentro del sistema más grande (Parsons, 1964, 17).

Sin embargo, los objetivos de las organizaciones deben ir en concordancia con los objetivos de la sociedad. De tal modo que es necesario el cumplimiento de reglas universales, la institucionalización de normas y autoridades, pero sobre todo, un conjunto de valores compartidos que mantiene ordenada a la sociedad, orientan a las organizaciones, legitiman el poder y articulan los subsistemas (Parsons, 1964, 19-42).

Parsons llama ‘Cultural Institucional’ al sistema de valores que define las funciones y los patrones más importantes en la consecución del objetivo organizacional, junto con el saber tecnológico y la simbolización ritual. Esto es lo que define la orientación básica del sistema y su legitimidad externa e interna, pues así consigue la devoción de sus integrantes y la coherencia de su propia estructura (Parsons, 1964, 20-21).

Otro factor importante de la pertenencia a la organización es el contrato, regulado por las leyes nacionales para institucionalizar la relación laboral, las maneras y límites de la acción, los deberes y obligaciones mutuas, así como el rompimiento de la relación (Parsons, 1964, 38-40 y 78-81).

Las organizaciones también están conformadas por subsistemas, como el sistema técnico, orientado a materiales y procesos cada vez más complejos; el gerencial, enfocado en procurar y administrar recursos, y el comunitario o institucional, que toma las decisiones más importantes y gestiona las relaciones de la organización con su entorno. En los puntos donde se articulan estos subsistemas puede llegarse a quebrar la línea de mando (Parsons, 1964, 62-82).

Las menciones de Parsons sobre los valores, objetivos y estructuras organizacionales, fueron bien recibidas entre los administradores, que como veremos más adelante, se apropiaron de una parte de concepto antropológico de cultura para utilizarlo como herramienta en la maximización de resultados. Pero antes veamos de dónde viene eso a lo que llamamos ‘cultura’.

La Cultura

En su libro Figurar el poder: ideologías de dominación y crisis (2001), Eric Wolf expresa que los antropólogos, “al adherirse a un concepto de ‘cultura’, considerada como un aparato mental, autogenerado y autoimpulsado, de normas y reglas de conducta, esta disciplina (la antropología) ha tendido a pasar por alto el papel que tiene el poder en la forma en que la cultura se crea, conserva, modifica, desmantela o destruye” (Wolf 2001, 38).

Wolf explica que detrás de la creación de los estados-nación no solamente hubo fuerzas políticas y económicas, sino también ideológicas. Cuando la Ilustración propuso que la humanidad alcanzaría la madurez mediante el uso de la razón, superando los límites impuestos por la tradición, surgió una reacción para proteger las costumbres, que “encendió la primera llama de un paradigma relativista que más tarde se desarrolló hasta convertirse en ‘la cultura’” (Wolf 2001, 43-46).

A este movimiento de Contrailustración se unen los ‘nacionalistas’, en desacuerdo con la manera en la que la Francia revolucionaria expandía su dominio por Europa. “Allí donde la Ilustración proyectaba el ideal de una humanidad común, con metas universales, sus oponentes exaltaban la diferenciación, el particularismo y las identidades provinciales” (Wolf 2001, 47).

Las Alemanias reaccionaron con movimientos tradicionalistas y ‘espirituales’, en favor de una ‘cultura’ entendida como unidad interna, continuidad y modo propio de concebir al mundo. Esta fue la interpretación que abrazó la antropología, “junto con las expectativas implícitas o explícitas de que una cultura constituía un todo, enraizada en ciertos aspectos fundamentales que la distinguían de las demás. También se le consideraba capaz de reproducir y regenerarse a sí misma y de arreglar cualquier rasgadura en su tejido valiéndose de procesos internos” (Wolf 2001, 91-93).

Aunque existen muchas definiciones de cultura, para Wolf, “abarca una amplia reserva de inventarios materiales, repertorios conductuales y representaciones mentales que se ponen en movimiento gracias a muchos actores sociales, quienes se diversifican en términos de género, generación, ocupación y adhesión ritual” (Wolf 2001, 91-93).

Este mismo autor define la ideología como “un complejo de ideas que se seleccionan para subrayar y representar un proyecto particular que instale, mantenga y aumente el poder en las relaciones sociales” (Wolf 2001, 81).

Wolf propone identificar los medios instrumentales, ideológicos y de organización que mantienen las costumbres. Pone como ejemplo el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci, mediante el cual, la dominación se propaga en las configuraciones culturales de la vida cotidiana, creando consensos, legitimando y justificando formas de poder (Wolf 2001, 66- 69 y 362-363).

Un vehículo ideológico que combina comunicación verbal y no verbal, es el ritual, mediante el cual se señala de manera pública la adhesión a un orden particular. “El participante entra en un medio estructurado espacial y temporalmente y actúa dirigido por un guión prescrito que dicta movimientos corporales y respuestas emocionales” (Wolf 2001, 83). Veamos un ejemplo de estos rituales.

Cultura Organizacional

“Tech’s Strategy for the Nineties” es el nombre de la presentación que Dave Carpenter está por iniciar en el salón de conferencias más grande de Tech, una empresa de alta tecnología en Estados Unidos. El lugar ya está lleno de ingenieros y miembros de staff. La presencia de los vicepresidentes anuncia que será un suceso importante, que rompe temporalmente con la rutina de trabajo. El periodo previo a su inicio es un momento de transición durante el cual los participantes se reúnen y transitan de la rutina al ritual. Unos pocos minutos antes de las tres de la tarde entra Dave, cuya aparición marca el inicio del ritual, el gran evento. El ruido se apaga y la atención se centra en él. Lo presentan con una broma. Risas y la presentación sigue: “como muchos de nosotros en (la división de) Ingeniería, Dave subió de la manera difícil, escalando rangos. Él sabe lo que implica fabricar productos, levantarlos y sacarlos al mercado. Él es uno de nosotros”. Dave presenta sus diapositivas proyectadas en una gran pantalla… “déjenme hablarles acerca de los retos que estamos enfrentando y del papel que tiene su grupo en lo que viene…”. Estrategia de negocios. Somos uno. Satisfacción del cliente. Participación de mercado. Ganar y ganar en grande. Un distintivo sentido de unión, propósito común y entusiasmo compartido aparece. Dave termina y le responden con aplausos. Preguntas y respuestas. “¿Cómo es que el nuevo equipo gerencial va a trabajar unido?”, le preguntan. Respuesta: “… lo que realmente necesitamos son algunos nuevos héroes en Ingeniería… gente que suficientemente fuerte para darse a conocer, salir y hacer que las cosas ocurran…”. La etapa final del evento es la transición para dejar el ritual y regresar a la rutina.

Esto es un extracto de la descripción que hace Gideon Kunda al inicio del capítulo cuatro de su libro Engineering Culture, Control and Commitment in a High-Tech Corporation (1991), en el que aborda los rituales que tienen lugar en una empresa líder en tecnología, preocupara por su ‘cultura organizacional’. (Kunda 1991, 92-101).

La descripción densa que hace Kunda permite imaginar perfectamente el trabajo antropológico en las organizaciones, sin embargo, los antropólogos no se ocuparon sistemáticamente de hacer este tipo de estudios hasta que se vieron forzados a buscar empleo fuera del ámbito académico en los años 70 y 80 (Hamada 1994, 11), pero para entonces la cultura, como objeto de estudio desde la perspectiva de la organización ya estaba adquiriendo un significado construido por la teoría del Management.

Tomoko Hamada explica que durante las décadas de 1980 y 1990 surgieron en Estados Unidos una serie de estudios sobre cultura corporativa que no provinieron de antropólogos y ni etnógrafos, sino de administradores y psicólogos (Hamada 1994, 4 y 22).

Stanley Davis introduce en 1971 el concepto de cultura como una nueva herramienta de los consultores gerenciales para manipular el cambio organizacional. A. M. Pettigrew define en 1979 la cultura organizacional como sistema de formas, categorías e imágenes arraigadas o incrustadas en las creencias, los rituales y los mitos de la vida organizacional (Hamada 1994, 23).

Edgar Schein propone en 1985 un esquema de cultura que opera en tres niveles: 1) superficial de artefactos y creaciones 2) valores concientes y creencias compartidas 3) lo que se da por hecho, invisible, inconciente, tomada como algo ya dado. El liderazgo es el que le da forma y puede cambiar esta cultura. El papel del investigador es el de doctor al que se le paga por solucionar problemas específicos (Hamada 1994, 24).

A principios de la década de 1980 también se esparce la idea de que la acción organizada es el producto del consenso entre los participantes, que actúan coordinadamente gracias a que comparten un conjunto común de significados o interpretaciones de su experiencia de pertenecer, por lo que se concibe como un proceso clave el cambio de las creencias y valores de los miembros de las organizaciones. (Hamada 1994, 24).

Aunque podemos reconocer muchas de estas ideas en la teoría organizacional de Parsons, la propuesta del presente ensayo es que en realidad tienen su origen en el Romanticismo Alemán y la construcción de naciones en el siglo XIX.

Es importante mencionar también que, de acuerdo con Hamada, “los antropólogos se oponen a la noción de cultura corporativa como un factor a ser manipulado para elevar la competitividad organizacional” (Hamada 1994, 21).

Misma opinión que se ha expresado repetidamente en las discusiones sobre el tema durante el seminario impartido por la doctora Marisol Pérez en la Universidad Iberoamericana. Sin embargo, la ‘manipulación’ de elementos culturales ocurre, y ha ocurrido durante mucho tiempo, por ejemplo en la conformación de identidades nacionales.

La invención de tradiciones

Como hemos visto, las organizaciones han sido separadas conceptualmente del entorno social debido a que son sistemas construidos con base en una serie establecida de requisitos formales, como la existencia de un contrato, el seguimiento de normas, el apego a líneas de mando y cumplimiento de objetivos. Sin embargo, el reconocimiento de su calidad de sistemas artificiales no implica que su cultura pueda ser modificada de manera expresa.

Sin embargo, en el terreno de ‘lo nacional’, Eric Hobsbawm ha demostrado que ‘tradiciones’ proclamadas como antiguas en realidad tienen un origen reciente y algunas veces son llanamente inventadas.

“‘Tradición inventada’ se refiere al conjunto de prácticas, regidas normalmente por reglas manifiestas o aceptadas tácitamente y de naturaleza ritual o simbólica, que buscan inculcar ciertos valores y normas de comportamiento por medio de la repetición, lo que implica de manera automática una continuidad con el pasado. De hecho, cuando es posible, estas prácticas intentan normalmente establecer una continuidad con un pasado histórico conveniente” (Hobsbawm 1993, 1).

Se trata de respuestas modernas a situaciones nuevas que toman la forma de referencia a situaciones antiguas, o que establecen su autoridad y legitimidad creando su propio pasado que les da la apariencia de invariabilidad. La diferencia entre tradición y costumbre es que la primera es invariable, mientras que la costumbre se tiene que adaptar constantemente a la vida cotidiana, pues los cambios existen hasta en las sociedades más ‘tradicionales’ (Hobsbawm 1993, 2).

Hobsbawm asume que inventar tradiciones es un proceso de formalización y de ritualización, que hace referencia al pasado para legitimarse (Hobsbawm 1993, 4-5).

Muchas instituciones políticas, grupos y movimientos ideológicos, así como el nacionalismo, carecían de precedentes, por lo que fue necesario inventarles una continuidad histórica (Hobsbawm 1993, 7).

Pondremos sólo algunos ejemplos, como el de la celebración de la identidad escocesa mediante el uso del kilt o falda tejida a cuadros, cuyo color y patrones supuestamente indican la pertenencia a un ‘clan’.

Sin embargo, Hugh Trevo-Roper nos muestra que este vestuario tomado como muy antiguo, en realidad fue una invención moderna nacida del ingenio comercial y la industrialización, y legitimada mediante la confección romántica de de un pasado imaginario materializado en ‘fuentes históricas’ cuya invalidez ha sido ampliamente demostrada (Trevo-Roper, 1993).

Inventado después de la unión con Inglaterra, y aún en su forma más antigua, este vestuario, pertenece a un aparato cultural y de tradiciones que supuestamente pertenecieron a los escoceses de las tierras altas, pero que en realidad fue inventado y tomado como identidad para la nación escocesa (Trevo-Roper, 1993).

Por su parte, Prys Morgan indica que fue Edward Williams quien creó el mito de que los bardos galeses fueron los herederos de los antiguos druidas, dándole forma a una especie de neo druidismo que le dio un nuevo impulso a la identidad galesa (Morgan, 1993).

“Se dice con frecuencia que Edward Williams. ‘Iolo Morganwg’ (su nombre bárdico) creó este culto en Gales, y es innegable que fue él quien lo llevó a su punto más alto en el Gorsedd of Bards (la asociación de artistas creada en 1792 por Williams), pero él solo le puso su toque personal en algo que era una creencia general comúnmente aceptada en Gales”. (Morgan 1993, 64).

Cuando las formas de vida decaen o desaparecen, explica Morgan, es necesaria una nueva invención. Finalmente, David Cannadine ejemplifica la manera en la que los viejos rituales monárquicos de la corona inglesa se adaptaron a los nuevos tiempos para crear una percepción de estabilidad y continuidad, creando un esplendor y protocolo completamente nuevos (Cannadine 1993).

El autor divide el desarrollo de la imagen moderna de los rituales monárquicos en cuatro etapas, partiendo de 1820, cuando los rituales se manejaban con ineptitud, en el contexto de una sociedad provincial previa a la industrialización. A partir de 1877 las ceremonias son montadas con una nueva maestría y atractivo, hasta que luego de la Primera Guerra Mundial los británicos se convencieron a sí mismos de que eran buenos en los ceremoniales porque siempre lo habían sido. De 1953 en adelante los rituales han sido adaptados para ajustarse a los requerimientos de los medios masivos de comunicación (Cannadine 1993, 108).

Estandarización

En un texto sobre el conocimiento organizacional, Haridimos Tsoukas, y Efi Vladimirou indican que organizar implica generalizar, es decir, que la organización establece cierto tipo de soluciones para cierto tipo de problemas. Los miembros además deben compartir una interpretación de qué significa una regla para poderla aplicar (Tsoukas y Vladimirou 2001, 976).

Para que surja el conocimiento ‘organizacional’ es necesario que los saberes sean formalizados (puestos en documentos de cualquier tipo) y compartidos con todos los miembros de la organización (Tsoukas y Vladimirou 2001, 990-991).

Esto debe ocurrir en las organización seguramente porque con sistemas ‘artificiales’, pero veamos lo que ocurrió con las ‘naciones’.

Hobsbawm nos dice que antes de la educación primaria generalizada no existían lenguas nacionales, excepto como idiomas cultos y administrativos, por lo que son “construcciones semiartificiales y ocasionalmente, inventadas”, como parte de un esfuerzo de estandarización (Hobsbawm 1992, 52 y 54).

El proceso de modernización buscó homogeneizar y estandarizar a los habitantes de las naciones, particularmente a través de las lenguas nacionales escritas: la administración, el desarrollo tecnológico y los intercambios económicos se manejaban en estas lenguas, por lo que fue deseable aprenderlas (Hobsbawm 1992, 94).

A través de la escuela se esparcieron las imágenes, las herencias nacionales y hasta las tradiciones inventadas (Hobsbawm 1992, 92).

El principio del nacionalismo finalmente triunfó al terminar la Primera Guerra Mundial, pero fue claro que las fronteras estatales no podrían coincidir con los sentimientos nacionales ni con la distribución de las lenguas, sin embargo en el intento por la creación de estados ‘coherentes, habitados por poblaciones étnicas y lingüísticamente homogéneas, se llegó a los extremos de las expulsiones masivas y el exterminio de minorías (Hobsbawm 1992, 131-133).

Coincidencias y divergencias

Como hemos visto, tanto la ‘nación’ como la ‘organización’ son sistemas que no existirían de no haber muchas voluntades que los imaginen y los mantengan.

En el caso de la ‘nación’ la democracia sería imposible sin esa religión civil a la que Hobsbawm llama ‘patriotismo’, que reclama ‘un soldado en cada hijo’ y héroes capaces de dar su vida y su alma por la tierra a la que aman.

Pero en el caso de la organización, la percepción es diferente. La manera en que la empresa estudiada por Kunda construye una ‘cultura fuerte’, para distinguirse de otras organizaciones y creara sentidos de pertenencia y lealtad, no es diferente a la manera en que Hobsbawm describe el nacimiento y funcionamiento de las naciones, ni a como Gramsci se refiere a la hegemonía (Kunda 1991).

Sin embargo, como el propio Kunda apunta, el control en las organizaciones modernas tiende a convertirse en un sistema totalitario: “el trabajo duro y la deferencia ya no son suficientes; ahora ‘the soulful corporation’ demanda el alma del trabajador, o al menos su identidad” (Kunda 1991, 15). Lo mismo que demanda la nación.

¿Qué cambia? ¿Por qué la nación ha podido construir la percepción de sistema social ‘natural’ al que se pertenece por nacimiento, aunque cada vez que se quiere ejercer el derecho como nacional se tiene que mostrar un acta del registro civil o una identificación que certifique la pertenencia? ¿Por qué es ‘heroico’ dar el alma por la propia tierra mientras que es ‘explotación’ darla por un trabajo?

Con base en la información expuesta, mi conclusión es que, en esencia, tanto la organización como la nación son sistemas sociales ‘artificiales’ en el sentido de que su pertenencia no se da de manera ‘natural’ (por nacimiento) y cuyo sentido de identidad tiene que ser desarrollado y mantenido constantemente.

Sin embargo, las fuerzas que legitiman e invisibilizan el uso del poder dentro de las naciones no existe en las organizaciones. Podría ser que en lo nacional la idea de bien común, aunque sólo sea una noción, hagan más llevaderos los usos del poder, mientras que en la organización, la finalidad racional y el espíritu de locro hacen ver a estos mismos usos como algo ‘moralmente’ reprochable.

Coincido con Parsos cuando afirma que “el análisis de las organizaciones es el análisis de la sociedad en la cual se desenvuelven” (Parsons, 1964, 2).

Desde mi parecer, muchos de los fenómenos sociales que se pueden observar en las organizaciones también podrán ser observados en la sociedad a la que pertenecen. Si bien la organización es un sistema particular y diferenciado, no podemos pensar que su tipo de racionalización sea muy diferente al que se presenta fuera de ella, de otro modo quedaría completamente aislada y sin capacidad de intercambiar nada.

Creo también que en el contexto de las organizaciones, el componente ‘cultura’ se ha desarrollado de una manera muy similar al concepto de ‘cultura nacional’, con este significado de resistencia ante el entorno, llámense mercado o sociedad, que desarrolla una identidad particular mediante la que crea un sentimiento de pertenencia y solidaridad interna.

También creo que la empresa, por muy racional que sea, necesita explicarse aquello que no es racional y que por lo general termina chocando con los sistemas: el factor humano. Sin este factor no hay organización, pero con él, la organización no puede ser completamente racional.
También me queda claro que el pasado es producto del presente, que puede ser construido, destruido y reconstruido, de acuerdo con las necesidades que van surgiendo, para asignarle nuevos significados, reinterpretarlo, olvidarlo, rescatarlo o lo enaltecerlo, de manera selectiva.
No pretendo hacer un juicio sobre el uso de elementos culturales tanto en la nación como en la organización, simplemente me interesa establecer que el uso existe, que no es nuevo y que ocurre en ambos sistemas sociales.

Bibliografía y referencias

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